Se puede ser muy brillante y saber que otros te meten gato por liebre, pero la verdad es que te haces imbécil simplemente cuando quieres serlo, cuando esa “realidad” que te proponen inocular seda tu orgullo derrotado y te compensa con una percepción virtual de victoriosa irrealidad; cuando decides “tragarte” una versión que se acomode a tu formación o expectativas de vida, ideología, sea políticas, económica, social, etc., aunque todas fuercen tu percepción honesta de realidad. ¡Vaya, vaya!
Es decir, el imbécil lo es a conciencia. ¡Hummm! Por aquí vamos: Venezuela, luego, es un hervidero porque cuando la vaina se da de tal suerte no es más que cinismo, o sea, una deliberada manera de seguir adelante, creyendo lo decidido a creer, a sabiendas de su perversión, en abierto reto al estatus o verdad. Y el país está poblado de eso, de gente así, cínica como de oficio y profesión, de locos, de bicharangos.
Así, pues, nuestro país está lleno de tales cínicos e imbéciles, especialmente opositores. Los miras a diario por doquier. Es probable que no tengas que alzar gran cosa la vista para divisarlo y a lo mejor te acompañan en tu casa. No es difícil, desde que hay familias políticamente divididas. Yo mismo, aquí en mi casa natal, me rozo a diario con dos o tres hermanos imbéciles que tengo. Y es probable que yo mismo sea el imbécil que tanto pinto para otros, sólo que tendré que esperar el escrito de uno de ellos para leerme en detalles (a uno se le contagia lo cínico).
Un imbécil de estos nuestros blande un fácil perfil: gusta de las ficciones y sueños para escudar su yerro, fracaso o fragilidad, cual cangrejo que camina de culo (parte muy tierna y vulnerable) para protegerlo entre la arena. Se hace de cualquier ficción o versión de realidad para taponar su culito de cangrejo y parecer únicamente la pura fachada que ostentan: tenazas agresivas y amenazantes, propias de una criatura fuerte, bien dotada y triunfadora. ¡Ja, ja, ja!
Tal es nuestra oposición, lamentablemente: unos completos cangrejos de fachosas tenazas y culitos blandos. Baste nomás recordar capítulos de la historia reciente del país. Unas soberanas cangrejadas, si así podemos hablar (o imbecilidades, cinismos, meadas fuera del perol, para decirlo en vernáculo). Por ejemplo, cuando se embarraron las patas (ellos, nuestra oposición) con el golpe de Estado de abril de 2002, dijeron después que la vaina fue “un vacío de poder”. ¡Joda: suficiente! Defínalo usted, amigo lector: ¿imbecilidad, cinismo o cangrejada? Por favor, convengamos en no utilizar la palabra “cobarde”; ya bastante insulta la pintura puesta en la pared de la historia.
O si no véalos cada vez que hay una elección presidencial. Rebobine. A la sazón siempre ganan, son arrechos, tienen la mayoría, Chávez es un miedoso a punto de huir del país, son demócratas, bla, bla, bla: la eterna cantaleta y tal. Y la verdad, la verdad de las verdades: siempre pierden, indefectiblemente, llevando más patitas en ese trasero que perro callejero.
Es, ni más ni menos, lo dicho: gente inteligente que decide ser estúpida y creer (vivir la ficción) en aquello que lo reivindica desde su hábitat de naturalezas muertas y derrotadas. ¡Caramba, gente que decide mear fuera del perol, hermano, para después de creer mil veces una mentira hacerla, finalmente, su verdad! Esto es paisaje nuestro de cada día; si no lo cree, salga a la calle, vejestorio mental, vea a la gente a su vez ver televisión, leer la prensa u oígala hablar de política en las avenidas. Es realidad, nada exenta de un triste dolor de país de mi parte, por cierto.
¡Ah, catajarra de imbéciles! El último cuento-supositorio que se meten es que Chávez pronto morirá y que ellos, al seguir vivos, son los vencedores... ¡Carajo, ya usted ve la ficción pura que le refiero! Así están las mentes, las inteligencias que alumbran entre las filas opacas opositoras. Sentirte ganador porque otro se muere (y esto no implica concesión ni reconocimiento sobre la salud de Hugo Chávez)... Ya tú ves, don lector, el ritornelo de moda y compensador que ahora se narcotizan.
No digo yo que alguien no se pueda morir, mañana, ahorita, en cualquier momento. Evento parte de la vida; contraste definidor de la vida misma; hecho cotidiano y natural. Cosas que pueden ocurrir, como sabemos, completamente reales y aceptables. Pero formarse la ficción o imbecilidad de triunfo de que con la muerte de Chávez ellos siempre tuvieron la razón y fueron desde un principio unas huestes victoriosas... ¡Piedad, por favor! Suena ya a otra cosa, a canción de loco. Como si el presidente Hugo Chávez hubiera entablado con ellos una fiera apuesta de muertes o vidas y no una batalla ideológica, magnánima, completamente hermosa sobre el plano de las dimensiones civiles, éticas y democráticas. ¡Pardiez!
¿Es que acaso la ausencia física del presidente Hugo Chávez significa que ellos no recibieron palo democrático por ese rabo golpista durante más de una década, grisáceo y terroso ya de derrotas? ¡Caramba! ¿Equivale eso a ya no tener más el culito rojo de cangrejo revolcado sobre la faz de la Tierra? ¡Ah, mi Venezuela, país más feliz de la Tierra, sin embargo aquejada por tanto loco de garrote!
Y por ahí siguen con sus estupideces fuera del perol: Chávez muere y paga por sus pecados, teníamos razón, ganamos, lo que es del cura va para la iglesia, tenemos ahora otro vacío de poder, Dios decide, EEUU es un santuario, Fidel es otro que se muere, mi versión de realidad es cierta, patatín, patatán.
¡Joder!
¡Y pensar que hay tanta gente inteligente que conozco metiéndose tales pastillas mediáticas (¿de qué otra pasta pueden estar hechas?! Por eso es que ser imbécil político (el acto ese de ver los medios y escoger las versiones noticieras tapa-derrotas) no es un hecho ni fortuito ni natural en una persona inteligente opositora venezolana (y valga el contrasentido), sino una elección de vida.
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